El hilo fantasma (Phanthom Thread)
Dirección y guión: Paul Thomas Anderson
Reino Unido-Estados Unidos/2017
Josefina Sartora
Nuevamente Paul Thomas Anderson nos
entrega una de las mejores realizaciones del este año, sin duda estará entre
las mejores, porque pocos como él abordan el tema que trate con la sutileza y
profundidad que él esgrime. Y que lo logre tratándose de la historia de un
diseñador de modas, modisto de alta costura, histérico irredimible, es una
proeza. Porque pese al tema, su film no es histérico, al contrario: es
contenido, ambiguo y sugerente.
En varias ocasiones el cine se ha
dedicado al mundo de la moda: de una u otra manera Coco Chanel, Yves Saint
Laurent, Valentino y sus creaciones han ocupado espacios relevantes en la
historia del cine. La película de Anderson tiene como protagonista a un
ficticio diseñador de modas en Londres en los años ’50, y el mundo de la
costura ocupa un primer plano. Aunque en verdad, la moda, los modistos y sus
modelos constituyen en El hilo fantasma el pretexto ideal
para hablar de los factores de poder, de la circulación energética entre tres
personajes, cada uno enquilosado en su particular carácter, enfocado en su
personal objetivo. Reynolds Woodcock es el líder de una casa de modas que viste
a la nobleza y la alta burguesía femeninas de Londres, encerrado en su reino,
una clásica casa inglesa urbana donde todo está férreamente dispuesto por su
hermana Cyril, devota del modisto y atenta a satisfacer todas y cada una de sus
necesidades, para hacer su trabajo más fluido, para que todo funcione como un
perfecto mecanismo. Todo tipo de necesidades. Por supuesto, el genio tiene sus
manías obsesivas –estricto silencio, rutinas y rituales domésticos, nada de
sorpresas ni azar, un ejército bien entrenado de costureras que cumplen sus
órdenes cosiendo a mano todo tipo de diseños- y todo se cumple estrictamente.
En ese mundo metódicamente organizado,
donde los seres extraños tienen corto lapso de duración, se introduce Alma, una
chica que tras su aspecto ingenuo y pueblerino trae a esa casa otra firme
personalidad y determinación. De origen cultural y económico muy distinto, Alma
empieza por seducir al modisto en una suerte de coup de foudre, y esa misma noche, tras encontrarla perfecta,
deviene su modelo y musa. Reynolds oscila entre el auto control y el exabrupto,
nunca es predecible. La suya es agresión pasiva, suerte de Pigmalión que modela
su musa a su antojo, aunque esta se rebela, encuentra los puntos vulnerables
del maestro y la ocasión para compartir el poder. Entre ambos se entabla una
relación fluctuante, ambigua, dialéctica, en que la perversión actúa como un
monstruo que se muerde la cola. Y el erotismo atraviesa otros territorios, que
no el del lecho conyugal.
Con los años, la evolución del cine de
P.T. Anderson ha devenido más visual y menos verbal, no se pierde en
explicaciones, la única referencia al pasado es la presencia fantasmal de la
madre. El aspecto visual es de suma importancia: fotografiado por el propio
Anderson, casi siempre en interiores, esa casa en semisombra con sus colores
sepias, ocres y pasteles constituye la cápsula ideal –aunque claustrofóbica-
donde se conciben esos vestidos. Y la música casi permanente de Jonny Greenwood
es la exacta partitura para esta historia de un romanticismo nada convencional.
Y aunque el único Oscar que obtuvo fue al vestuario, no es este el más
importante, si bien la tenida de Woodstock es en sí misma una creación. Toda
vez que una película aborda una historia de un artista, algo de la chispa
creativa del director se trasluce en su obra. También Anderson es un
individualista, ajeno a las modas o a convenciones de Hollywood, y un buscador
de la perfección.
Anderson ha reconocido su deuda, y la
crítica coincide en hacer un paralelo entre la situación del El
hilo fantasma y Rebecca, de Hitchcock, en la medida
en que una mujer trata de introducirse en el mundo aparentemente cerrado de una
pareja exótica. La situación de Alma frente a los hermanos replica la de la
actriz, Vicky Krieps, frente a los dos grandes actores británicos: Daniel Day
Lewis y Lesley Manville. Pero Alma no es equivalente al innominado personaje de
Joan Fontaine: Alma es una mujer de este siglo, una adelantada para los ’50. Con
ese nombre, posee una personalidad compleja, es una fuerza de la naturaleza, y
lucha por su lugar. Maneja los invisibles hilos del poder como Reynolds los de
la costura. Y sabe que el suyo reside en la vulnerabilidad del otro. En una
relación que sabe fluir entre la perversión del amor y el amor a la perversión.
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