14 de febrero de 2018

Solo tengo sangre, sudor y lágrimas

Las horas más oscuras (The Darkest Hour)
Dirección: Joe Wright
Guión: Anthony McCarten
Estados Unidos-Reino Unido/2017

Josefina Sartora


En los últimos tiempos se ha producido un estallido de revisiones de la historia de Gran Bretaña durante el siglo XX: La reina de Stephen Frears, El discurso del rey de Tom Hooper, las series The Crown y Los Windsor en Netflix, Dunkerke de Cristopher Nolan, Churchill de Brian Cox, entre otros. Esta mirada retrospectiva parece indagar en la esencia de la idiosincrasia británica, en su apego a las instituciones y sus normas. Y también en su historia dramática. Especialista en realizar films de época en Inglaterra, Joe Wright recrea en Las horas más oscuras el momento crítico en mayo de 1940, cuando Hitler ha invadido casi toda Europa y sobre Gran Bretaña se cierne la amenaza de una invasión, con la opción de negociar la paz con la mediación de Mussolini, en vergonzantes términos de retirada. Esa semana Winston Churchill es nombrado Primer Ministro, resistido por miembros poderosos del Parlamento. Una vez en el poder, dibuja su propia política de guerra total, oponiéndose a quienes tienen el poder en el partido que lo ha designado: Neville Chamberlain y el vizconde de Halifax quieren negociar la paz.

El film narra a manera de thriller clásico la tensión de esos días, signados por la difícil si no imposible evacuación de las tropas en Dunkerke –Joe Wright ya había presentado la desolación de aquella retirada en su film Expiación-, la derrota de lo que quedaba en Calais, última resistencia al avance nazi, marcando en pantalla el paso de cada día. Las escenas de guerra, filmadas en picado cenital, resultan más pobres que las batallas verbales que sostenían los líderes, entre quienes se jugaba el destino de aquellos guerreros. El rey Jorge VI (Ben Mendelsohn) vuelve a presentarse como una persona introvertida, temerosa, con sus dificultades para hablar, que se ve enfrentado a una dificultad superior a sus fuerzas, y que no había visto venir. Jorge no se había preparado para ser rey. Consciente de sus propias limitaciones, si al principio le teme a Churchill, quien parece mucho más seguro y firme en su puesto, al final le da su pleno apoyo, y en una movida insólita le aconseja que consulte al pueblo. ¡El rey!

El film hace foco en la psicología del Primer Ministro, famoso por sus berrinches y exabruptos, dejando muy de lado a su esposa Clementine (Kristin Scott Thomas), quien cumplió un rol importante en su vida, como vimos en The Crown: la única que sabía lidiar con sus caprichos, su mal humor, bajarle el ego y ponerlo nuevamente en sus cabales. Al lado de Churchill, todos los demás personajes están desdibujados. Gary Oldman siempre se ha destacado en papeles duros, cínicos, de difícil empatía. Aquí pone todo su histrionismo –con abundante maquillaje- para recrear la figura de Winston, un aristócrata ególatra que ha soñado toda su vida con llegar a ese alto cargo. La Academia de Hollywood adora estos roles en los que el actor ha estudiado a su personaje e imita sus gestos más característicos: el cigarro siempre encendido, el vaso de whisky desde el desayuno, la ironía a flor de piel, cierta manera de encorvarse al andar. Un hombre que parecía disfrutar del conflicto. Pero una vez concebido su personaje, no ahonda en esa psicología que fue tan rica, representativa de toda una clase social, con una capacidad de liderazgo que dominó Gran Bretaña y el mundo durante décadas. Oldman es candidato a un Oscar, y es probable que lo obtenga.


 La película cae en dos clichés que la debilitan: por un lado, presenta la historia desde el punto de vista de la nueva secretaria de Churchill (Lily James) en un intento de humanizar la historia; por otro, la escena en que Churchill –quien nunca a viajado en ómnibus- desciende al tube, o subterráneo, a palpar la opinión popular en una escena ridícula. Casi todas las películas de este tipo político suelen tropezar con un tipo de apelación a lo humano, que desvía la atención de los grandes temas y las lleva al pueblo raso, y con eso pretenden tocar la fibra sensible. Cuando en verdad no hace falta.


Filmado a puro claroscuro, reflejo de las fuerzas en pugna y a punto de ser vencidas, se trata de un film bélico sobre lo que sucede en el cuartel general, no en el campo de batalla sino en la retaguardia, en espacios cerrados y claustrofóbicos: el Parlamento, el Palacio, el bunker del Consejo de Guerra. Reducido a unos pocos días de aquel crítico mes de mayo, dice muy poco de la importancia de la participación yanqui en la guerra, y se limita a ridiculizar a un Roosevelt que pretende enviar armas de contrabando. Y sin embargo, se hace evidente que otro hubiera sido el mapa geopolítico de Gran Bretaña y Francia y toda Europa si ellos no hubieran intervenido.

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